Un paseo en bicicleta (II)
Un paseo en bicicleta |
Martina había subido al desván porque necesitaba inspiración para su nueva pintura. Era casi un ritual, allí se sentía protegida, serena, era su rincón favorito donde tantas vivencias se amontonaban: en cajas, baúles, estanterías y una pequeña mesita de madera con una silla estilo Napoleon, pintada de verde aguamarina. Cogió una cajita de madera -que tenía dos iniciales grabadas M F- y se sentó. La luz del sol que atravesaba la ventana abuhardillada que le permitía ver con claridad aquellas fotografías, cartas y entrañables objetos que allí guardaba. Entre tanto recuerdo de repente, encontró aquella primera foto que se habían hecho Federico y ella en ese parque de la ciudad, por la que tanto pasearon su amor y se percató de que al dorso había escrito algo, que quizás nunca había leído, y decía así: "Cuando yo me muera no me vayas a llorar" PD: Te esperaré en el cielo, tuyo siempre Federico.
Se le saltaron las lágrimas de la emoción, el corazón palpitaba con fuerza, su olor todavía intacto en su nariz, todo le recordaba a él. Hacía un año que había fallecido, pero a ella le parecía una eternidad, nunca había querido tanto, nadie se quiso tanto.
En ese momento apareció Cornelius que parecía presentir su estado de ánimo y no dudó en acercarse a ella para consolarla. Martina le acarició suavemente la cabeza y exclamó: ¡ay Cornelius, cuánto le echo de menos!. Este maullaba y ronroneaba como queriendo calmar su pena.
Recordó también esos paseos en bicicleta que hacían cada mañana de domingo a la vera del mar, oían el fluir de las olas, el trino de los pájaros, el sonido de la naturaleza, pero sobretodo el de sus corazones, que latían al mismo compás. Solían acostarse siempre sobre la hierba verde y contemplar el horizonte, fusionándose con la naturaleza, viviendo el momento como único e irrepetible.
Continuará...
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Volando a contraluz |
La única nube, sobre el único barco. |
Llueve
Desde el valle del silencio
oí el rugir del desaliento
la soledad silenciosa sobre el mar
sobre la alondra mañanera
en mi ser que camina descalzo
el silencio que en mi se clava
como palabra que nunca dices y...¡te mata!
mirándome de frente, expectante
en la madrugada hiriente de tu boca
¡Ah! sí, me olvidaba de olvidarte
Las barcas y la orilla |
La luna y tú |
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